top of page
trapesista
El Trapecista
de Fernando Araùjo

Comentario de Eva Gerace

 

“El trapecista” de Frenando Araújo. Uno, dos, tres trayectos en avión, alcanzaron para leer este robusto libro, para constatar los daños que ocasiona un secuestro. De Cartagena a Buenos Aires, luego a Roma, este libro me hizo tocar con la mano los estragos de una retensión forzada.

Fernando Araújo Ingeniero civil, empresario, secuestrado en diciembre del 2000, en Cartagena de Indias, quería seguir estudiando, le interesaba la genética, “una de las ciencias del futuro”; ya había leído “sobre el proyecto para descifrar el ADN”.

Se había casado por segunda vez hacía siete meses. Su amor hacía Mónica, la relación con sus cuatro hijos, su trabajo, su curiosidad, sus ganas de aprender le daban fuerza para mirar hacia el futuro con cierto optimismo. Y fue secuestrado.

No podemos sostener un análisis fuera de la subjetividad de la época, nos indicó Jacques Lacan. Los guerrilleros de la FARC representan algo de nuestra época donde un discurso “Amo”, patrón del otro, deja fuera cualquier posibilidad de sostener las diferencias, es más, no deja inscribir un límite que posibilite respetar al sujeto. Todo es posible, todo vale, hasta apropiarse de la vida del otro.

El autor nos cuenta sus desesperaciones, sus angustias, sus noches de insomnio, la violencia del control absoluto al cual estaba sometido, pasivamente. Si bien, a lo largo del libro, y a pesar de momentos de grandes dudas, hubo algo de lo cual el otro, en este caso los miembros de la FARC, nunca pudo apoderarse: de sus pensamientos, de su constante búsqueda de la libertad.

Despojado de sus afectos, de su intimidad, de su lugar en el mundo, sea este imaginario o simbólico, lo real de lo que estaba viviendo se le tornó insoportable.

Estos fragmentos del diario de un secuestro, que duró seis años, muestran como a Fernando le sustrajeron un tiempo de su vida, llevándolo a recorrer montes casi inaccesibles, incomunicado con el resto del mundo, por un largo período. Los cambios constantes de lugar, van de la mano con los cambios de humor. Lo que casi nunca perdió es la lucidez para reflexionar, también, sobre las excusas, que la guerrilla sostiene para poder delinquir: “ayudar a los más necesitados”.

Tal vez podríamos entender, con este texto, cómo el secuestro pasa a encubrir una forma de “capitalismo”; un negocio bien organizado para apropiarse del dinero del otro, traficar con armas y drogas o, dándole un sentido “político”: intercambiar guerrilleros presos por rehenes. Hemos aprendido que estos grupos armados funcionan como una industria, con sus códigos y organizaciones, donde el sujeto, sus afectos, pierden todo valor. Queda segregado.

Las FARC, sosteniendo un discurso patrón, determinan quiénes forman parte de esa colectivización, y quiénes quedan afuera. Siempre con las reglas que ellos imponen.

En este libro se denuncia a un grupo armado, que como cualquier otro “grupo” armado, con su accionar, no solo ataca a una persona, a su familia, sino que arremete contra toda una sociedad.

El autor nos fue narrando su constante miedo a no volver, a la muerte. Cuando es amenazado, cuando no lo es o cuando los helicópteros del ejército pueden atacarlos, es decir, en el intento de liberarlo, también podría morir… tanto por un miembro de la FARC como a consecuencia de los ataques militares. Ejecutores de lo siniestro, pueden hablar por TV, por los medios en general, esgrimiendo doctrinas y argumentos que intentan legalizar lo ilegalizable.

“…los guerrilleros de las FARC cometían uno de los crímenes más atroces de la historia reciente de Colombia (…) Este asesinato me afectó profundamente. Me sentía muy cerca de todos los secuestrados, en especial de los que formaban parte de la lista de canjeables, como nos llamaban las FARC. Había escuchado muchos mensajes que sus familiares les enviaban por la radio y sentía que eran parte de mi propia familia. Una vez más, las FARC mostraban su crueldad sin límites”.

El dolor, la pérdida que significó no haber podido acompañar a cada uno de sus hijos en las etapas fundamentales de su crecimiento, de la pérdida progresiva del amor de Mónica hacia él, de cómo no pudo avanzar en sus estudios, son un duro documento de esta época, donde cualquier grupo “armado” se adueña del personaje que le conviene e intenta cancelar su subjetividad. Como objeto a merced del goce del otro, el narrador los describe con múltiples ejemplos, los que pudo recordar de sus largos años de cautiverio, mostrando con una descripción puntillosa, cómo estos grupos armados ejercen un control físico y moral sobre el secuestrado.

Lo cual me hizo recordar “El Panóptico” de Jeremías Bentham, cuando intenta demostrar como en algunos lugares, “se afinan estrategias totalitarias que se extenderán por todo el campo social”. Recordemos que el modelo del panóptico, un edificio construido de modo que toda su parte interior se pueda ver desde un solo punto, es “una maquinaria exacta y permanente de poder”. “En su lógica se inscribe la actual reforma penitenciaria, el nuevo código penal, el cambio de imagen de la policía, los crímenes innumerables de la paz”… podríamos agregar… como las FARC, y, además, cómo muchos ideales de sociedades llamadas democráticas, que se basan en este proyecto político de control del individuo con el “Ojo del Poder”, diría Michel Foucault.

 

Vigilancias con vídeo-cámaras, maniobras, registros, rangos, sometimiento de los cuerpos, dominación de las multiplicidades humanas, manipulación de sus fuerzas, ¿no son una forma de vigilar y ejerce un control sobre el otro? (“Vigilar y Castigar” – Michel Foucault). Una mirada que vigila constantemente, el secuestrado está sometido a situaciones límites. Relatos de ejecuciones, no solo de políticos, de gente de los pueblos, de lo externo… sino también de miembros del grupo clandestino, que intentan escapar de esa vida. El “canalla” hace parte de estas catervas.

Desde hace tiempo se viene hablando de la declinación del Nombre del Padre. Fukelman (“Conversaciones con Jorge Fukelman. Psicoanálisis: juego e infancia”. Paula de Gainza – Miguel Lares) nos dice que: “Más bien, parecería tratarse de la declinación de los artefactos simbólicos que permiten que alguien pueda “dirigirse a”. Hablo de lo que puede encontrar cualquiera de nosotros frente a un inconveniente. Por ejemplo, voy a un hospital y no me atienden, o me dan un turno para dentro de cinco meses; entonces, ¿a quién me dirijo?, ¿dónde puedo decir: esto así no marcha? Lo que ocurre allí es que no tenemos los aparatos simbólicos que podrían permitir apelar a alguna instancia que tome en cuenta esto; por lo tanto, la solución sería dirigirse a la televisión o a cualquiera de los medios masivos de comunicación”. Y, ¿cuándo se secuestra? ¿Cuándo lo que se busca es lucrar con la vida ajena?

Lacan dice: “Jugar al padre o lo peor”, lo cual nos invita a elegir, ¿qué sostenemos, al discurso “Amo” o a lo que causa nuestro deseo?

Fernando Araújo comienza el libro hablando de Mónica, su segunda esposa, y lo finaliza con una pregunta que le hizo Ruby, la primera. Entremedio una historia de un secuestro.

En el capítulo 26, “El psicoanálisis en mi vida”, habla de un recorrido, iniciado, por indicación materna: “Mi mamá me invitó a considerar el psicoanálisis como una experiencia que me permitiría un mejor conocimiento de mí mismo y que facilitaría mi propio crecimiento”. “Para que además mires el mundo desde una perspectiva más humanista que complemente tu visión y compromiso con la tecnología”. “Me gustó la sugerencia y durante muchos años encontré en el psicoanálisis una herramienta invaluable para mejorar mi realidad interna. Aprendí a enfrentar mis angustias, a superar mis temores, a entender el control de mi inconsciente sobre mis sentimientos y a interpretar sus manifestaciones a través de mis sueños, entre otras expresiones. Recuerdo el impacto que me produjo, cuando comencé mi análisis, el hecho de que en el lenguaje inconsciente se encuentren cifradas más cosas que en el mensaje manifiesto o consciente. Eso me fascinó. Recuerdo cómo personajes significativos en mi historia aparecían en palabras que lo contenían. Que el lenguaje pudiera contener mi historia, mis deseos y mi intimidad, me tenía más que asombrado”.

 Así supimos cómo había orden de matarlo si intentaba escapar o alguien intentaba rescatarlo. Lo necesitaban vivo, no porque la vida tuviese valor, sino porque el valor está puesto en el ganar dinero como sea, a cualquier precio. Por otro lado, los guerrilleros habían explotado los sentimientos de la familia, con angustias y presionando, querían imponer una negociación fraudulenta, no sabían que había un padre que no negocia con milicias siniestras, lo que posibilitó, después del tortuoso camino del prolongado cautiverio, que el hijo, estudiando estrategias, reflexionándolas, pudiese escapar y alcanzar la tan deseada libertad. 

Tejer con palabras sobre las heridas, produce un efecto de reparación, tal vez la palabra puede cumplir su función si, como muestra Fernando Araújo, se puede analizar,  reflexionar, en un tiempo, el necesario ¿y por qué no? con un nuevo amor…

 

bottom of page