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Comentario de Paula de Gainza

Ancora 1

“Juego e Infancia” reúne una serie de  disertaciones y ensayos breves; son 13 en total, más  un prefacio. Podría decirse que  son capítulos “unitarios” que no se correlacionan en forma  lineal cada uno  con el siguiente. Este  es un aspecto que resulta interesante en tanto  permite al lector elegir el camino de lectura que más le plazca.

Lo primero que llama la atención, es la imagen que el autor  eligió para ilustrar la portada .Se trata de un grupo de niños disfrazados de diablitos, con máscaras y ropajes muy coloridos y alegres. Son niños de Tilcara  jugando  al carnaval. Como nos cuenta el autor en uno de los capítulos, en el Norte argentino, se repite  cada año el ritual comunitario que  consiste en desenterrar al muñeco diabólico para   entregarse al festejo de carnaval. Al finalizar la fiesta, que dura varios días,  se canta,  se baila, se hacen ofrendas a la madre tierra y se llora la despedida, porque todos retornarán a sus  rutinas e inhibiciones hasta el siguiente carnaval. 

Esta imagen, la de la tapa, anuncia  algunos de los temas sobre los que el autor reflexiona a lo largo del libro:

La correspondencia  entre el juego infantil, con el rito y con las máscaras.

 Las coordenadas  que delimitan  la escena  del juego del niño y  su  correlato  con la actividad inherente a la del poeta.

La compleja correlación entre lo que se constituye como límite del juego en la infancia y el contexto cultural de la comunidad a la que el niño pertenece.

 El juego infantil  en relación al  tiempo y   la repetición.

Los objetos que pueblan la escena  infantil  y su entrecruzamiento con la historia de la humanidad, el advenimiento de la ciencia y del psicoanálisis.

Miguel Lares se sumerge en una  tenaz investigación  y nos trasmite el entusiasmo y   la curiosidad  con la que desarrolla  diversos temas que atraviesan la práctica del psicoanalista y, en particular, la de aquél  que se aventura a encontrarse con niños en el ámbito de la consulta.  

Cabe destacar que Juego e Infancia  presenta una bibliografía muy interesante: recorre  textos de Freud y Lacan y recorta gran variedad de citas y conceptos de las obras de Agamben, Pascal Quignard, Didier Weill, Benveniste, Levy Strauss…..entre otros. También dedica un capítulo  a la enseñanza y trasmisión del  Dr. Jorge Fukelman, a modo de  retorno sobre la lectura del  libro “Conversaciones con Jorge Fukelman”, texto que podría ubicarse como antecesor e inspirador de la obra que hoy presentamos.

 Miguel nos permite transitar la lectura de un libro original, que no pretende reducir ni sintetizar las cuestiones que plantea, sino  que abre y desarrolla su complejidad, invitando al lector a enriquecerse en su recorrido.
El libro contiene tres capítulos que articulan la teoría con la dimensión de la clínica psicoanalítica. Como en la escritura de dichos capítulos participé como coautora, me detendré en ellos particularmente.

En uno de ellos, titulado “Juguetes”, se plantean las bases sobre las que se asienta la posición asumida por el analista que recibe niños en consulta: la de proponerse como constructor y reconstructor de la escena lúdica, privilegiando al juego como discurso  pasible de ser escuchado y leído en su dimensión de ficción; la ficción que permite al niño ubicarse como tal.

Otro de los capítulos, plantea  la temática de la ausencia del trabajo de duelo de los padres  impidiendo el borramiento y el olvido del dolor y reapareciendo como encarnado en el cuerpo  del hijo. El niño,  se erige en testimonio presente de un trabajo simbólico de duelo no realizado por los padres. El cuerpo del niño exhibe en sus dificultades el  dolor de los padres, lo encarna, lo presentifica; un dolor sin tiempo de duelo y por lo tanto sin tiempo de olvido. ¿Y el niño que puede hacer con eso? Jugarlo en el espacio de juego que construye con su analista. Como dice el texto: al analista le compete “dar lugar a que la verdad hable, remedando al sepulturero, que primero saca a luz a los muertos no enterrados, para luego contribuir a su sepultura”.

El niño  deja de estar en el lugar del que soporta una experiencia muda, para comenzar a inscribir a través de la experiencia del jugar.

Dice Miguel, evocando la enseñanza de nuestro querido maestro Jorge Fukelman: “Mientras nos encontramos en el campo de la infancia, la lectura  de las letras, de la sintaxis que encarna el imaginario del cuerpo infantil ,corre por cuenta de los mayores a cargo”, ”…no se trata, de una lectura sencilla, en la medida que lo que se pone en juego en el leer de los adultos son las propias marcas de quienes ya han hecho su pasaje por la infancia”,”…marcas que a su vez se anudan con lo reprimido inconsciente.”

Esta responsabilidad ,la de poner en juego las propias marcas ,las del analista, es la apuesta a la que se alude en los capítulos clínicos y  en  particular ,el que atañe al relato de una niñita gravemente comprometida en su estructura  subjetiva. Allí se plantea el desafío y la ética del psicoanalista, en épocas en que la  demanda de los padres suele dirigirse a priori al campo de la ciencia, invocada como sinónimo de verdad absoluta y requerida  con sus diagnósticos, preestableciendo protocolos y pronósticos. La apuesta del analista relanza la palabra, en la escena de juego, necesaria para ubicar allí un niño -en este caso una niña- y entonces comenzar la ardua construcción de la imagen de un cuerpo, un cuerpo marcado por el lenguaje y ubicado en una filiación.

Todo aquello sucede mientras el analista trabaja sobre lo que sucede in situ en la sesión, con el juego, con la palabra y con lo que allí surge .Necesariamente, para situarse, el analista debe dejar de lado los oráculos que  rellenan las incertidumbres.

Este último  punto, el de la constitución de  la imagen  del cuerpo y su relación con las trazas sonora de la lengua –voz, melodía  y ritmo-  es  un hilo que recorre e hilvana  toda la obra.

Miguel recorta una cita de Marcel Proust que dice: “El verdadero viaje de descubrimiento no consiste en buscar nuevas tierras sino en mirar con nuevos ojos”.

Vale la pena emprender el viaje de lectura de este libro, que sin duda propone al lector mirar con nuevos ojos territorios que tienden a quedar oscurecidos y simplificados por los prejuicios y los lugares comunes.

Comentario de Leonardo Vera

Ancora 2

Hacer un comentario sobre este libro no es una tarea sencilla. Su desarrollo no es lineal, los temas son variados y complejos. El libro “Juego e infancia” está atravesado por una reflexión filosófica que desde el inicio, barre con todo preconcepto al interrogarnos sobre el significado de la vida, a partir de la muerte. Poniendo de manifiesto que su concepción del sujeto no es sustancial, ni psicológico evolutiva, tampoco materialista ingenua.  
Luego procede por saltos, cambios temáticos, en ruptura con las líneas de referencia acostumbradas en la disciplina, estos saltos aparecen salpicados de citas poéticas y cambios de registro. 
Es un libro con sorpresa… 
Pero la sorpresa es también, el asombro del narrador ante lo que escucha, y lo que en ese relato se escucha es: una mirada.
Ejemplo, hay una escena situada en altiplano boliviano, relato que resumo así: Una niña salta al borde de un risco, de un abismo sin barandas. Una niña juega allí, saltando. Sin que sus jóvenes cuidadores lo adviertan. El espectador que narra, es un observador atónito que decide no decir nada, elige sostener el silencio, angustiado y temeroso de que al advertirles… su imaginado llamado de atención -grito silencioso- perturbe el juego de la niña y con ello se precipite, produzca aquello no deseado. (Ese silencio narrado, funciona como otro vacío que complementa el precipicio objetivo, real). 
Es una viñeta, pero también es una metáfora (está dicho en el libro). Es una alegoría de la clínica con niños. Algo más común de lo que se cree, desde la perspectiva analítica siempre dispuesta a descompletar el síntoma. El silencio infinito de los poetas y de los niños, contienen ese abismo.

Salto uno:
Supongamos que fuéramos lectores serios de libros dedicados al psicoanálisis con niños (se suele llamar así a esta práctica, para evitar decir –como se decía antes de la enseñanza de Jacques Lacan: “psicoanálisis infantil”, descripción justa cuando nos escuchamos -los llamados adultos- hablando de los niños). Si fuéramos estos lectores supuestos, encontraríamos en la mayoría de esos libros de psicoanálisis (supuestos), algo implícito y explícito, en el tratamiento del niño y su juego. 
Que este último es conceptualizado como una actividad que el niño realiza, un acto creativo por el que se expresa lo que no puede ser dicho por el infantil sujeto y que el analista descifra, o debe descifrar. O bien, donde es el juego el intérprete, y el niño el interpretado, y si no lo es él… porque no se alcanza, los interpretados serán los padres, el analista mismo. Y así la serie continúa hasta abarcar el mundo… Es el niño “padre del hombre”, como nos dice Lacan.
Pues bien, este autor dice lo propio, pero lo dice mejor, y lo dice a la inversa: nos dice que el juego es la actividad que produce como resultado un niño. Y que no fue él, sino Sigmund Freud quien lo explica, si se sabe leer: El poeta y la fantasía (o el fantaseo, según la traducción). 
Que lejos de pretender descifrar al niño en sus juegos, deberíamos sostener la posibilidad de un campo para el juego del niño y, nos sugiere que es ésta la mayor responsabilidad del adulto; hacer posible ese campo, para permitirle al niño: cifrarse. 
Gobernar a su parecer cierto sector del mundo, poniendo a distancia la realidad de los adultos, esa que sabe de la sexualidad y la muerte. Delimitando un espacio, para entrar y salir de él a su antojo y hacer de los objetos, Otros. Objetos animados, que prestan su ausencia y también su presencia hasta volverse contables: contantes y sonantes… Hasta contarlo, en el más amplio sentido de la palabra porque… porque  a él se le canta, porque se le ha cantado. 
Lo que importa es el juego, que permite la cuenta: la serie, lo serio... Encontrar en el juego lo serio, quiere decir encontrar aquello que abre la dimensión de otro relato. No el relato sobre el niño, del cual muchas veces nos apropiamos -infantilizándonos e infantilizándolo- sino por el contrario, la verdadera función del juego en tanto hace posible constituirse como sujeto. 
El sujeto es algo que para Lacan no es algo dado, ni observable. Lo piensa como una pregunta, y su presencia no es obvia, es algo así como la invención de un número. Se pregunta: ¿Qué es lo que hace posible que 1 + 1 = 2 ?
Sabemos que si no lo conseguimos, no alcanzaremos al Otro. Para que 1+1=2, el 1 ¡no debería se idéntico a sí mismo! Así que esto no ocurre solo. Es un problema que Lacan toma del lógico matemático Frege. Este es el problema que plantea Lacan, y que Lares retoma. Que se nos exige pasar primero por el 0, para llegar al 1. Esa nada que sustrae la diferencia, es el sujeto y el cero se vuelve número. Por la representación de la presencia de una ausencia. A esos entes abstractos que comienzan con el 0 y el 1, y que subvierten lo real -como nos lo hace saber la ciencia- accede el niño con sus juegos. Y por eso decimos que conciernen al cifrado, al ritmo, al nombre, tanto como al enigma. Cada quien conquistó esa operación, pero no sin haber sido cantado, mecido, rimado.
El número es decir, la posibilidad de una letra articulada, en el sentido del psicoanálisis, es decir del síntoma inconsciente. ¿Del síntoma…? Sí, de aquello que hace posible la vida como vida humana.

Por eso el juego es como el poema al poeta, es primero y conserva su primacía. Ya que mediante la musicalidad del hablar, la cadencia del ritmo, anudará -nos dice Miguel Lares- el cuerpo al sentido, la música con la danza, el rito (pensado aquí como su arqueología) al mito (entramado como su teoría), ambos en lucha intentando separar: La sexualidad y la muerte... No sin dejarnos esas trazas en el cuerpo púber que lo ha franqueado, y que conmemora el niño perdido que somos.

Es otra historia, no es una apuesta por la musicoterapia, ni es tampoco un Piaget psicoanalista. Es una sensibilidad que no se detiene en la de lo melódico; de gusto, sino que destaca que son estas operaciones huecas de sentido, las que van a permitir articular también: lo visible con lo invisible, y lo audito con lo inaudito. Una preocupación que esta apenas esbozada en la enseñanza de Lacan, y que este libro ahonda. Descubriendo una función -digámoslo como lo dice el autor. De: espejo sonoro.

Dice en "El infinito silencio de poetas y niños”: 
"Primordialmente los fonemas, por tratarse de elementos discretos, diferenciales, ponen en juego la posibilidad e inicio de un conteo y con él, de lo numérico. Un número que cuenta, aunque no todavía en un estatuto numérico cabal. Ese número (que sería un modo primordial de incidencia significante) señala "...una coalescencia entre las primeras marcas en el cuerpo y las trazas sonoras" (…) [esas] "que atañen al nexo previo entre lo real y lo imaginario." 
(…)
La visibilidad de un cuerpo está indicada entonces por las trazas sonoras; de este modo lo sonoro y lo visible instituyen el campo de lo inaudible y de lo invisible, que a su vez ubican una voz y una mirada. 
Una voz inaudible que adviene al lugar de la voz animal perdida y una mirada que queda ubicada del lado de lo no visible, lugar o perspectiva desde donde se es mirado. (...)"

La cita recortada es arbitraria, tal vez no representativa de la complejidad del planteo, in extenso. Pero nos abre a esa dimensión articulada que despierta la lectura de este primer capítulo, y que es lo que me interesa destacar. Avisando también al lector distraído que el libro tiene 13 capítulos. Algunos más poéticos, y otros clásicamente clínicos, pero todos heterogéneos, múltiples. Y es esto lo que quisiera trasmitir. Lo que me ha producido su lectura, que leerlo es una invitación a pensar de nuevo. 

Salto dos:
A este libro lo atraviesa del comienzo al final una reflexión sobre la “deixis”. Operaciones de sentido que señalan, que apuntan a… 
Que remiten a la posición, por ejemplo del yo en una frase. Voz activa, pasiva, género y número (plural, singular), etc… Pero también aquí y allá, éste o aquel. Hablo de una larga reflexión sobre la función de lo que se llaman shifters(conmutadores, literalmente) Operadores lingüísticos, recursos del lenguaje para ir del mensaje al código y viceversa. 
Cuándo, y cómo, sabemos que tal signo habla de éste signo y cuándo, que el mensaje habla del mensaje o habla del código, etc. Estos cruces son la fuente de todos los malos entendidos. 
Elementos del discurso que se reconocen por el contexto una veces, por la voz que enuncia otras, por el nombre que refiere, etc. Agrupados como deícticos (en castellano), son “símbolos-índices” para la pragmática (de Charles S. Peirce). Es decir operadores lingüísticos complejos, situados en los límites de las formalizaciones analíticas. 
Pensados aquí, a partir de la voz; como lo que es la voz para el psicoanálisis: un objeto. O bien, como lo dice el autor: “Indicadores puros del acontecimiento del lenguaje.”
Sutiles categorías con los que Lares da cuenta de su práctica y articula teóricamente al presentar los casos en coautoría con Paula de Gainza. 
Por ejemplo, en Lara de 6 años, un caso grave. Niña inquieta que se pone en riesgo permanentemente, con severos retraso en la adquisición del lenguaje, etc. 
Encontramos allí, además del desarrollo de la cura, cierta reflexión práctica aplicada. 
Los autores se preguntan; cuando un niño no acata una consigna: ¿Por qué no nos hace caso? 
Y nos dicen que lo que observamos en estos casos graves, es que el niño parece no registrar que se refieren a él. 
A partir de cierta generalización ciertamente mesurada, nos dicen: “fracasan en la medida en que no aparece un sujeto que pueda apropiarse de lo que se le propone”. Pasan a describir entonces el “juego” de llevarse a la boca un pedazo de masa (la niña mastica plastilina). 
Ese objeto amorfo, que guarda ciertas propiedades topológicas que tanto nos gusta a los lacanianos, pero que se va llenando de pelos y basura… que no para de querer tragar y que comienza a abrir la posibilidad, a partir de ciertas intervenciones drásticas -sostenidas en estas reflexiones sobre el lenguaje- a un juego y a una pérdida. Una pérdida tolerable, un corte que permite recortar un espacio y fundar un aquí y un allá, un yo y un vos… 

Pero precede el caso, una reflexión sobre la demanda parental, búsqueda de un saber que aporte garantía científica, certeza, demanda medicalizada, insistente, dirigida a la búsqueda de control, etc. Lugares ante los cuales el analista debe saber abstenerse de responder y a la vez introducir por el contrario, la suspensión de todas las certidumbres. 
Son indicaciones valiosas, pero hay otras más sutiles y no menos prácticas. Tejidas en las referencias, como el capitulo topológico que aborda los problemas de la identificación en Lacan y apunta a esclarecer un tema complicado. También literarias, filosóficas, propuestas de lecturas por mi desconocidas. Debo confesar que no he encontrado estas ideas de manera explícita antes, será que no conocía a Alain Didier-Weill, Pasqual Quignard, ni a Jean Michel Vives (creo que de este último no hay textos en castellano). 

Salta
Trama profunda y compleja, decía... Por mi parte y para terminar, intentaría explicarles estas ocurrencias provocadas por el libro, de la manera más simple posible. 
Con una breve historia, escuché hace un tiempo una entrevista a Dino Saluzzi, el bandoneonista. Seguramente alguien la ha visto también, en el canal Encuentro. Es la historia de su vida. De pequeño gustaba mucho de la música, vivía en el campo, en Salta, en una familia muy humilde, y deseaba ser músico. Los padres a pesar de sus pocos recursos deciden enviarlo a estudiar a Buenos Aires y para obtener el dinero hacen una fiesta en la que rifan el bandoneón del padre, el objeto más valioso de la familia. Uno de los números, lo recibe el niño Cayetano Saluzzi, quien se saca así el bandoneón y gana la posibilidad de viajar a estudiar a Buenos Aires. Bien, todos conocen la historia, su fama, su sensibilidad. Lo invitan a tocar a Europa, a tocar Jazz (el primero en intentar hacerlo con un bandoneón). Viaja a Francia, Alemania, etc. 
Cuenta que apenas lograba entenderse con su rudimentario inglés, pero confiaba en ese “idioma universal” que es el de la música. 
Bien, al llegar a un ensayo le dicen: “Play” (¡toque!). Sin partitura, ni argumento… Cuenta Dino Saluzzi, que allí captó algo que está definitivamente perdido en el castellano, y que suele arruinar la carrera de los músicos -dice. Algo que no había pensado antes. Que en el idioma inglés, tocar un instrumento musical se dice de la misma manera que “jugar”. Pudo escuchar: “¡Juegue!”. Mientras que aquí se diría no sin doble sentido: “dale, tocate algo”, o a la manera clásica, “el artista interpretará…”. 
Por mi parte no fue difícil relacionarlo con las dificultades para traducir el termino alemán que usa Freud: “Deutung” que se traduce por interpretación cuando existe: “interpretieren” y ”deutung” pero también “durchspielen” (reconstruir mentalmente), y la lista de palabras alemanas sigue, es larga… En alemán también es diferente si decimos “Spielen” (es tocar el piano) que “Berüheren” (tocar una cosa).
Pero parte importante del trabajo del analizante es captar el sentido preciso, éste de cuando uno es “tocado” por la interpretación. De hacerlo resonar el analista o el que suelta el inconsciente, por lo que se dice que es una experiencia que solo se aprende en un análisis personal. 

En más de una ocasión con los adultos, que por lo general tienen dificultades para asociar libremente, invoco esta idea. Que pone de manifiesto cierto vínculo entre la “Interpretación” y la actitud estética, la evocación, pero también la inspiración e invención puesta en juego. En un análisis uno tiene que interpretar eso que le pasa, asociando libremente. Digamos que es otra forma de la razón. Pero entendí que con los niños es a la inversa, ellos asocian sin esfuerzo, sin pregunta y nosotros somos los tocados, y tan solo así seremos el buen instrumento. 

Caída
Recordaba entonces. Y por qué no formular un aporte, una nota sobre esta cuestión, tan presente en la llamada última enseñanza de Lacan. Cuando nos habla de la “Rǽson” o “Réson”, haciendo un juego de palabras entre “razón y resonancia”. 
Esa “razonancia” lacaniana que ciñe el concepto, y atraviesa este libro como un desvelo que sabe que una sola palabra no alcanza para iluminar su lúcido resplandor. Que junto con lo imposible de decir, espera en este libro un valor dado al silencio, que renueva el horizonte del psicoanálisis con niños.

Comentario de Elena Lacombe

Ancora 3

Buenas tardes a todos. En primer lugar quiero agradecer a Paula y a Miguel la invitación a esta presentación. 
No lo agradezco desde un lugar de cortesía formal, sino que lo hago, y enseguida comienzo aludir al libro, desde un lugar desde el cual infiero que me invitan, en ese gesto, en tanto lo que yo tenga para decir les importa.
Y ahora hago alusión a un capítulo del libro: “Un viaje perpetuo”, donde Miguel nos hace partícipes de una reminiscencia infantil, que luego devino cuento y luego en reescritura de ese cuento en el capítulo que estoy comentando.
Y para el caso nos hace participar de una reflexión acerca del me en tanto remite al cuerpo y a una relación con cierta problemática de la latencia.
Yo estoy usando el me importa y el les importa en el sentido del lazo social. Es decir, si yo digo que a mí me importa que a ustedes les importe estoy usando un yo, un tú y estoy utilizando también la tercera persona. Un él que son ustedes, el público por supuesto pero asimismo un él que no está presente y que será el lector por venir.
Es así que en las idas y vueltas del yo, del tú y del él se hace el lazo social. Y el lazo social implica una ética. 
Dicho sea de paso, o no tan de paso, en la escritura de Freud hay algo de eso que está muy presente. Él escribe al lector, allí hay un yo y un tú, pero siempre hay algún objetador de lo que dice y a ese objetador él le responde. Entonces aquí también se encuentra esta estructura de yo, tú, él, que es una estructura del lenguaje en el sentido del lazo social que implica también una ética y qué no se trata meramente de ética como responsabilidad social en lo que hacemos los unos con respecto a los otros. Sino de una ética que implica el lenguaje y desde esa perspectiva es que les quiero agradecer el gesto porque una ética del lenguaje nos hace sujetos.
Escribir un libro hace sujeto fundamentalmente a quien lo escribe, pero también hace sujeto a quien lo lee y muchísimo más si su lectura lo transforma.
Por lo tanto debo decir que participar de algo que es del orden de la ética del sujeto me da alegría.
El libro que estamos comentando plantea esto de entrada. 
En el prefacio mismo está dicho que el punto de partida en el cual se va a anclar la escritura, aquello que Miguel nombra como el jalón de oro, ese monumento construido desde el cual partían todos los caminos del Imperio Romano y desde el cual se medían todas las distancias del Imperio Romano. Ese lugar de partida va estar hecho de la relación entre el poema y el juego.
El libro es consecuente porque ese recorrido lo transita, puesto que si algo es del orden de la ética del lenguaje y de la relación entre sujetos, eso justamente es el poema.
Unas últimas palabras introductorias. Aunque parezca obvio cabe la pregunta respecto a qué es presentar un libro. 
Presentar un libro es leer atentamente y después intentar un comentario dirigido a los autores y al público. Y después de todo pienso que quizás así deberíamos leer siempre, imponiéndonos esa dialéctica aunque no haya una presentación pública como la de hoy. Sobre todo imponérnosla para los grandes textos.
El libro tiene un punto de partida. Lo cito. Está en el prefacio y nos dice que el juego así como el verso conmemoran su propio e inaccesible lugar originario, ese que expresa el carácter indecible del acontecimiento del lenguaje. 
Y nos plantea en la página 88 del capítulo 6 su programa, se trata del capítulo que se llama “Estructura y acontecimiento” y nos dice que este libro trata de promover una investigación sobre la presencia del elemento métrico-musical en el juego de los niños. Efectivamente, el juego en esta dimensión programática del libro nos confronta con un sujeto que habita la infancia y que trata o intenta hacer entrar el cuerpo en el lenguaje. Hacer entrar el cuerpo en el lenguaje desde la perspectiva del ritmo y de la prosodia, que es uno de los desarrollos extensos del libro, implica algo del orden de lo escrito. Pero implica también un gran esfuerzo del pensamiento porque en la tradición de la cultura occidental estamos acostumbrados a pensar el lenguaje en términos de lo discontinuo. Es decir en términos de lenguas, de palabras, de frases, de formas. 
En 1924 en "El Problema económico del masoquismo" ante la difícil pregunta acerca de la regulación del principio del placer, Freud responde: "El placer y el displacer no pueden ser referidos al aumento y a la disminución de una cantidad a la que denominamos tensión del estímulo. No parecen enlazarse a este factor cuantitativo, sino a cierto carácter del mismo, de indudable naturaleza cualitativa. Habríamos avanzado mucho en psicología si pudiéramos indicar cuál es este carácter cualitativo. Quizá sea el ritmo, el orden temporal de las modificaciones, de los aumentos y disminuciones de la cantidad de estímulo. Pero no lo sabemos"
Mucho para comentar ¿sabemos un poquito más si reflexionamos sobre el ritmo?
Creo que sí.
Y pensar el lenguaje en términos de ritmo implica pensar el lenguaje en la organización misma del movimiento de las palabras. Es decir implica abandonar todo aquello que es del orden del sentido.
El juego del niño muestra luminosamente la tarea que esto implica: que el cuerpo entre en el lenguaje. Por eso no se trata de una actividad a minimizar, sea en la praxis con ellos, como en la vida cotidiana relativa a la convivencia entre niños y adultos.
La relación entre cuerpo y lenguaje en principio puede parecer evidente. Hablamos con el cuerpo, con los gestos con las manos, con todo el cuerpo.
Seguramente ustedes están escuchándome pero también están mirando lo que hago con mis manos, con mi cuerpo y eso está en relación a una mirada. 
Una mirada que me ve en los gestos que yo no puedo ver. Si fuera filmada y después viera esa filmación seguramente me tomaría esa extrañeza que comenta Miguel respecto a la captura de imagen del cuerpo en la fotografía.
Por ejemplo puede parecer evidente la relación entre cuerpo y lenguaje en un sordomudo, a quienes se les dedican algunas reflexiones en este libro. Es evidente que si el sordomudo se deja fascinar por las bellas manos de su interlocutor o interlocutora seguramente no podrá leer de qué discurso se trata en esos signos visuales que están planteados en el alfabeto para sordomudos.
No se trata de ninguna de esas evidencias. Se trata de cómo el ritmo ingresa en el cuerpo y de esa manera el cuerpo ingresa en el lenguaje. Como les decía para eso se requiere abandonar una lógica que tenga exclusivamente que ver con el sentido. Es decir, implica meterse a intentar meterse en una teoría del lenguaje que no es la teoría del sentido. 
Quería elogiar tu reiteración, de la cual en algunos pasajes del libro te disculpás. La reiteración que elogio es la que empleás, la que trata de evitar el malentendido que genera oscuridad en la tarea del pensar. La única razón que impide comprender proposiciones esenciales es que no pensamos lo bastante simplemente, ni lo bastante esencialmente. Por no saber despojarnos de nuestros prejuicios habituales avanzamos con mucha prisa y liviandad. Todo es importante para el discurso del psicoanálisis.
Miguel dice que el juego y lo enigmático alguna relación tienen, pero que eso no hace a la definición conceptual de juego. Efectivamente el juego puede producir cierta fascinación como se hace referencia en el texto, porque parece desarrollarse en un campo escópico. 
Pero requiere un cierto esfuerzo poder decir que se trata de una lectura con cifrado, de un hecho del lenguaje.
Yo confieso que cuando terminé la carrera de medicina elegí la especialidad de pediatría y no particularmente por una cuestión de amor a los niños. Los quiero, por supuesto, no se trata de eso. Pero sobre todo justificaba mi elección diciendo que se trataba de una clínica, de una patología que me interesaba porque estaba hecha de diferencias. No es lo mismo un bebé de 8 meses, que un niño de 4 u 8 años, que un púber y un adolescente. Resulta que cuando dejé la puericultura y avancé en la medicina interna en el campo de la pediatría me di cuenta que se trataba de la diferencia en un organismo viviente. Me interesaba entonces como se trataba una meningitis de la mejor manera posible o cómo se reestablecía el medio hidroeléctrico, metabólico, de ese cuerpo. 
Y entonces ahí dejé la pediatría. Hubo un hecho entre otros muchos, uno decisivo. Un día tuve que llevar a interconsulta con la psicopedagoga a un chiquito con un daño neurológico importante para que le hicieran un test de inteligencia. Yo me quedé en la entrevista, no tenía porqué, pero me quedé. Y quedé fascinada, no por los resultados del test de inteligencia porque ya en ese momento eso no me interesaba. 
Mi gran pregunta era ¿cómo hace esta mujer para sacar conclusiones a partir de la actividad del niño? 
El enfoque era el de Piaget, eso no importa. Es el efecto lo que les quiero contar. A partir de ahí se me planteó la pregunta sobre este enigma total: de qué se trata, qué hace un niño cuando juega. Eso me llevó a que no practique la psiquiatría de niños sino el psicoanálisis. Porque sin saberlo yo me estaba ya interesando por las diferencias cuando elegí pediatría y eso forma parte de la estructura del lenguaje. Y me estaba interesando por el juego, que como dije es un hecho del lenguaje. 
Entonces iba de la mano, iba de suyo que la psiquiatría no iba a ser de mi interés sino el psicoanálisis. Como vos decís Miguel, de inmensa complejidad es cualquier juego del niño y la complejidad está escrita en este libro en las diferentes articulaciones realizadas: juego y rito, juego y verdad, juego y repetición, son 13 en total. 
Son muchas porque efectivamente es complejo el juego.
El juego del niño nos muestra luminosamente (y por eso a veces pueden enceguecer) el poder de la palabra en cuanto instaura una ley, una regla del juego. Y nos comenta y nos recuerda por otra parte que una vez que la palabra ha instaurado todo las reglas del juego (y por eso para mí es una ventaja la práctica con niños en la formación de los psicoanalistas) pasamos a ser, somos en algún lugar (como dice Lacan) “marionetas”.
Como en “Alicia en el país de las maravillas” empieza el juego y el valet y todos los servidores de la reina tienen que ponerse los ropajes y tienen que jugar el juego que dice la reina. Cambien las reglas o no cambien, lo que permanece esencial es que tenemos que jugar el juego que los símbolos nos imponen en tanto somos sujetos de lenguaje. Y como adultos, la verdad es que frecuentemente y aún cuando practiquemos el psicoanálisis, podemos llegar a olvidarnos de esto. El niño se encarga de recordárnoslo.
Te quiero decir algo Paula y es que hace tres años estaba muy preocupada por un paciente grave. Lo grave es lo que parece que no puede resolverse, en este caso que un niño pueda entrar en el lenguaje. Me fui de vacaciones y una gran amiga mía que se dedica al psicoanálisis me pregunto ¿qué te llevaste para leer?
Entre otros me había llevado Mère Folle de Françoise Davoine. Entonces mi amiga me dice ¿Y qué te interesa a vos de ese libro?
Entonces yo le respondí “me acompaña” porque estoy muy preocupada por este paciente. Gracias a mi amiga me di cuenta que me había llevado un compañero en la preocupación mía por el niño.
Vuelvo a la ética. Vos Paula planteás la demanda medicalizada, a la cual para el desorden de la familia, como decía Foucault, o los extravíos de la sexualidad del adulto con el niño, se le ha agregado una demanda judicializada. Ofrecer dispositivos que respondan a esa demanda es una falta de ética tanto como hacer recaer sobre los niños la inoperancia de esos dispositivos. Entonces el niño se transforma en un enfermo incurable.
Como bien decís Paula con respecto a Lara, se trata de asumir sobre vos la dificultad del tratamiento y no hacerlo recaer sobre la niña. En el caso de la demanda medicalizada efectivamente se desmiente al niño como sujeto del lenguaje. Ese despliegue de dispositivos multidisciplinarios me permite hacer un juego de palabras con “disciplinas” (se escucha la proximidad a disciplinamiento) y también con "multi" porque suelen ser equipos multitudinarios.
Vos Miguel hablas del niño y los sortilegios y allí te referís a uno de los nombres del malestar en la cultura en el comienzo de la revolución industrial y al cambio en la relación de los sujetos respecto a los objetos. Y aquí quiero hacer un pequeño homenaje a Melanie Klein, quien esta citada en la bibliografía, porque ella asumía sobre sí toda la responsabilidad. La obra citada es "Situaciones de angustia en la infancia reflejados en una obra de arte y en el impulso creativo", en ese título vemos qué sesgo tomará su comentario, que se aparta del que vos hacés, en mi opinión mejor direccionado y situado. 
En el escrito “La psiquiatría inglesa y la guerra” Lacan cuenta que en la segunda guerra un soldado había contado que entre las cosas de su equipo llevaba un libro de Melanie Klein.
Me da pena lo que voy a decir, pero estoy segura que actualmente ningún soldado que va a la guerra lleva un libro de psicoanálisis. 
Para finalizar, hay en el libro una relectura, un nuevo comentario sobre la obra “Conversaciones con Jorge Fukelman”. 
Ustedes saben que tenemos un punto de filiación en común que no es consanguíneo pero sí lo es en nuestra formación como analistas. Yo tuve la fortuna, así como ustedes, de que Jorge Fukelman haya sido mi maestro de psicoanálisis. 
Me sumo además a la alegría de ustedes, ahora que él ya no está, de compartir y cultivar una amistad con Elena.
Una de tus virtudes Elena es efectivamente tu generosidad y sin ella jamás hubiera podido llevarme a “Mère folle” de viaje, porque es un libro que gracias a tu gesto forma parte de la Biblioteca “Dr. Jorge Fukelman”.

Comentario de Marina di Carlo

Ancora 4

Voy a comenzar presentando el libro la manera más clásica, para decir que se llama “Juego de infancia”, que tiene un prefacio y 13 capítulos. Me gustaría destacar en esta descripción cuatro capítulos, tres de ellos en forma conjunta entre Miguel Lares y Paula de Gainza. En ellos se pone de manifiesto lo que implica el encuentro de un analista con niños. En los casos expuestos, una niña y dos niños, se plantea algo de lo que ocurre cuando se produce ese encuentro.
Hay un cuarto capítulo dedicado a Elena Roberto de Fukelman en el que Miguel hace dialogar, de una manera muy creativa y llevadera, al pensamiento de Pascal Quignard con el de Jorge Fukelman. En esto me parece que Miguel, por un lado, muestra una marca. Algo a lo que tanto Elena como Marcelo han hecho referencia, porque es inevitable. Muestra la marca que le ha dejado estudiar con Jorge, haberlo escuchado. Y por otra parte toma un vuelo propio y lo hace bajo la forma de un diálogo.
Realmente uno tiene la impresión que Quignard y Fukelman están dialogando.
Los otros capítulos (que son 9) junto con el prefacio y los cuatro que nombre separadamente plantean algo que quisiera decir con mis palabras. Tal como lo hacen Paula y Miguel y tal como está ubicado en el libro, la infancia de la que se trata no es la referente a una etapa evolutiva en el desarrollo del ser humano. Y esto en el punto en el que no hay “evolución” ni hay “ser humano”. Más bien la infancia que se plantea en el libro es la que se ubica en una articulación.
Miguel pone mucho el acento en lo que va a llamar presencia-ausencia, tomando luego otros pares, aunque “pares” no es una buena palabra porque justamente yo quería poner el énfasis en la articulación. Elena en su comentario tomó fuertemente cuerpo y lenguaje, Marcelo aludió a varios: juego y poesía, poesía y niños, sexualidad y muerte. Hay otra articulación que quiero nombrar porque también lleva la marca de Miguel y es la relativa a danza y música que la presenta como una negación, pero lo dejo para que lo lean ustedes. También el “laleo” universal y el de una lengua. Así es que este tema de la infancia ubicada en una articulación es algo que va acompañando la lectura. Entonces ustedes van a pasar por la topología, por el relato del viajero, por recuerdos infantiles, por la clínica. Siempre pensando en esta ubicación como no ligada a ninguna sustancia e incluso, en el caso de los casos clínicos, como un trabajo de resistir a cualquier sustancia.
Para terminar yo tenía ganas de leerles algo directamente del libro. Estuve pensando con qué excusa iba a leer. Entonces lo pensé como si se tratara del avance de una película. Vieron que en los avances pasan letras, algunas frases, imágenes, ciertos extractos breves. Porque además creo que resume de alguna manera, además del modo de relatar, que es atrapante, algo que acompaña el prefacio y todos los capítulos y que es la relación del psicoanálisis con el tiempo actual. Plantear siempre al psicoanálisis con relación al pasado, a la época victoriana o a mayo del 68 limita un poco el campo. Y me parece que tanto Miguel como Paula en lo que respecta a la medicalización, a la judicialización, a la ubicación de los padres con respecto a la niños, lo ubican en un corte con respecto a la época, cuestión que es inevitable. 
Por eso es que para el avance elegí este extracto:
“La escritora francesa Sidonie Gabrielle Colette había recibido en 1909 la visita del señor Rouché, que ocupaba un alto cargo de la Opéra de París, quien le solicita que escriba el texto para una ópera breve de ambiente mágico (el término empleado por Rouché fue féerie-ballet).
Colette escribe L’enfant et les sortilèges (El niño y los sortilegios); y es el mismo Rouché quien le sugiere enviar el texto al compositor Maurice Ravel, quien acepta componer la música para la ópera breve.
L’enfant et les sortilèges cuenta sobre un niñito que se encuentra frente a los deberes en el comedor de su hogar: se rasca la cabeza, muerde la punta del lápiz y se queja en voz baja. 
Hago aquí un corte en la imagen para pasar a otra:
“El niño del relato, librado a sus impulsos, desobedece las prescripciones maternas y emprende una batahola, seguida de destrucción de objetos y maltrato de animales.
La escena de furioso desborde, finalizada al grito de: “¡Soy libre! ¡Libre, malo y libre!”, desencadena, de manera misteriosa, que las cosas afectadas cobren animación en busca de vengar los atropellos del pequeño dañino.” 
Y finalmente este otro corte:
“Resulta difícil desvincular la creación de un texto como el de L’enfant et les sortilèges del feroz advenimiento del industrialismo.”

Comentario de Marcelo Izaguirre

Ancora 5

Comentar un libro nos ubica de alguna manera en la categoría de críticos, aunque Gombrowicz afirmó que lo que falta en nuestro país son críticos y ensayistas. Nuestra presencia aquí y el cuerpo de este libro que toma la forma del ensayo lleva a coincidir más con la posición de Ricardo Piglia, que afirma que “la crítica es la forma moderna de la autobiografía. Uno escribe su vida cuando cree escribir sus lecturas”.
Comentar un libro que se titula juego e infancia nos sitúa ante una dificultad que está marcada por la variedad de temas que allí se incluyen y el modo en que estamos comprometidos en esos temas. Quién aunque no haya sido muy juguetón, no ha jugado alguna vez a algo y quién, a pesar de don Fulgencio, no ha tenido infancia. A lo que habría que agregar, en este caso, la multiplicidad de referencias que atraviesan el texto.
Hay, por otro lado, diversas maneras de comentar un libro. Se puede hablar de la forma en que se ha armado o de su contenido. En cuanto a la forma observé cómo Miguel armó este libro y me llamó la atención que tiene 13 capítulos. Lo que llevó a concluir rápidamente que entre los juegos a los que Miguel se ha dedicado no se encuentra la carrera de caballos, pues en tal caso contrario se hubiera encargado de agregar o sacar algún capítulo. Por otro lado recordé que Lacan escribió un artículo que llamó el número 13 o la forma lógica de la sospecha, del año 1945 y salió publicado en cahiers d’ art. Dirá que el número trece es el que da la forma ambigua de la sospecha.
Respecto al contenido de entrada se destaca que “ni en el campo de lo sonoro ni en el de la imagen, los mortales logran una ubicación cabal y eso es –curiosamente- lo que posibilita que tengan voz e imagen propia”. Esa falta de ubicación es producto del lenguaje y vinculado con ello presenta el trabajo de Freud de 1907 sobre poesía en conexión con el juego del niño. Para quienes conocen a Miguel, su gusto por la música y lean este libro podrán comprender claramente el por qué de ese vínculo con la música y el discurso. Destaca cómo el arrullo sirve para tranquilizar al niño que se quiere dormir al tiempo que recuerda, tomando el ejemplo del niño de Freud, la posibilidad que tiene la palabra de iluminar un cuarto a oscuras.
Es, asimismo, lo que él señala en la introducción: “Partimos de allí, desde la cadencia y el ritmo de la poesía y del juego donde lo que importa no es tanto la significación de lo que se dice, sino lo que conduce a la musicalidad del hablar”. Dicho esto, si enfatizamos el final, podríamos reivindicar la afirmación de Melanie Klein cuando sostenía que para ella el análisis de un niño finalizaba cuando el pequeño adquiría la palabra. Jugando entre Klein y Lares podemos afirmar, con relación al niño, que no se trata de lo que pueda decir sino de que se vaya con la música a otra parte. 
En el capítulo 3 comenta dos casos de niños que le fueron relatados por alguien que había observado las situaciones. El primero de ellos es similar al juego del fort-da freudiano y el segundo lo nomina como el niño del altiplano, que se encuentra al borde del precipicio, y su informante destaca ante el peligro que se encuentra ese niño, la falta de atención que prestan al peligro su hermana mayor y el resto de los adultos presentes. Miguel destaca esa relación del precipicio – vacío, con los temas que trabaja Freud de muerte y sexualidad y también que la lectura que se hace de esa situación no deja de estar relacionada con el tema cultural. Quisiera destacar lo que el observador le ha relatado a Miguel ante esa niña al borde del precipicio cuando se interrogaba “¿Y si la irrupción de un grito por parte de un personaje forastero desencadenaba la tragedia que con esa advertencia trataba de prevenirse?” Podríamos decir que ese observador quizás había leído lo que indica la programación neurolingüística en casos similares, cuando señalan que a un funambulista nunca hay que decirle no te caigas, porque el inconsciente no escucha la negación. Como también se alude allí al tema de la religiosidad resonaba para mí en este capítulo la discusión del personaje de la carta de Diderot, sobre los ciegos para uso de los que no ven, cuando intenta mostrar que es absurdo suponer que hay un orden en el mundo diseñado por Dios.
Ese capítulo debe ser confrontado con el 5 que desde el título mismo se relaciona con el tema mencionado: la escena de la infancia y lo grave. Aquí, por otro lado, habría que retomar la cuestión de las formas ya que este es uno de los tres capítulos que ha sido escrito junto con Paula de Gainza y en cada uno de ellos emerge un caso clínico. Como si cuando habla Miguel solo sería casi borgiano, en el sentido que Borges decía que no era necesario usar la palabra Palermo para hacer saber que hablaba de Palermo. De tal modo, luego de su capítulo sobre topología, en el que Miguel da cuenta de diferentes modos de pensar el sujeto en Lacan, desde la primacía del significante o del corte; Paula parece hacer saber que es necesario retomar el objeto de estudio, el niño. No se trata de una cuestión de género, por supuesto, pero es sabido que a los hombres nos gusta delirar con el orden del mundo mientras las mujeres ponen el toque realista en ese orden. El capítulo 11, denominado un viaje perpetuo podría ser un buen ejemplo de mi argumento. A partir de un episodio de la década del sesenta, que remite al viaje de la onda electromagnética el autor del cuento hace saber, informa Miguel, que la onda electromagnética llevaba viajados 15.392 días (369.408 horas, 22.164.480 minutos o 1.329.868.800 segundos) hacia el viaje perpetuo. Para aclararlo y hacernos saber nuestra pequeñez o reflexionar sobre el valor de la historia, como él destaca, una imagen capturada en la infancia en los términos de la radiación electromagnética viaja alejándose de la tierra cada hora 1.080 millones de kilómetros.
Encontraremos un sentido diferente a cualquier interpretación que se haga del viaje permanente de la onda electromagnética, si releemos el final del capítulo sobre la infancia y lo grave, donde Miguel y Paula parecieran recurrir a la posición del gato en el cuento de Alicia en el país de las maravillas, al interrogar adónde vamos, ya que la niña estaba perdida respecto de dónde se iba con todo eso a lo que se jugaba y ellos proponen asumir ese atolladero y ponerlo en escena de jugando para afirmar “Entonces (si resulta posible, o sea que ellos mismos dan por sentado que no siempre es posible) vamos a jugar a que todo el tiempo estamos yendo a algún lado y también jugando a preguntar adónde vamos con todo esto”. 
No se deja de aludir a un tema trabajado en general, que tiene que ver con la diferente concepción del mundo antiguo y el moderno, en tanto aquel estaba más a la mano mientras que el último, sometido a la matematización no deja de resultar extraño para el común de los mortales. Tema similar al que en su momento aludió Paul Feyerabend al hacer saber que la matematización del mundo llevó a creer que Aristóteles había sido superado, pero eso no ha sido otra cosa que uno de los tantos malentendidos. El desarrollo de esos temas le permite señalar la diferencia entre Freud y Lacan en el capítulo sobre la animación de las cosas.
Otro punto resaltado en el capítulo sobre la infancia y lo grave es el modo en que toda demanda aparece a priori medicalizada, con la apelación a la medicina que recurre a la ciencia, con el valor de verdad absoluta que ésta ha adquirido en los tiempos que corren (salvo, cabe agregar ya que he mencionado a Feyerabend, la crítica que él ha realizado tanto a la ciencia como a los médicos, pero claro no hablamos en ese caso del común de los mortales). Esa situación conduce a los padres a adherir a promesas terapéuticas que conduzcan a que “el niño se vuelva manejable y llevadero”. Podría agregar que eso no sólo ocurre con los niños, también con los adolescentes y jóvenes. Cualquiera que pueda escuchar la demanda de padres de los aludidos puede recomendar el retorno de la famosa escuela para padres que se encuentran cada vez más desorientados.
Otro capítulo en que emerge el recorte clínico de un niño en análisis es el que se denomina juguetes. Allí se da cuenta del viraje que se pudo producir al cambiar la posición del niño a través del juego: de ser el niño “objeto de un sacrificio” pasó a ser una ficha sacrificada con una implicación diferente sobre su cuerpo, que condujo a que se produzca un movimiento que posibilitó la puesta en juego de una pérdida. Todo ello sucedió sin la necesidad de situar al niño en un lugar específico, como si fuera la ficha sacrificada, para promover la función de la indeterminación que posibilitó el desplazamiento de las diferentes representaciones. Creo que lo fundamental en ese caso es el tema del cuerpo.
El siguiente capítulo en colaboración con Paula se denomina mortinato, pero lo podríamos llamar del bebé hamletiano, pues no había sido despedido por sus padres en ritos funerarios. Se trata de un mellizo que habiendo fallecido la madre no sabía nada de él, y el padre manifestaba que había sido enterrado pero no sabía dónde. Los padres se comportaron entonces como si lo pasado pisado, contrariando al poeta que sostenía que el pasado no es irreparable, pues el pasado en definitiva no es otra cosa que lo que nuestra memoria quiere, dado que el pasado es nuestra memoria del pasado. En la consulta por el hermano vivo surge el síntoma de un problema de pronunciación, justamente, de las consonantes del hermano innombrable. El juego dio lugar al pasaje del rechazo del duelo a la incorporación del ausente a través de la pregunta por dónde está su hermano. Respecto a ese interrogante allí se comenta lo que ha dicho Phillipe Julien con relación a ese tema, y lo destaco porque me parece que es siempre un interrogante de los adultos cuando ocurren episodios desgraciados en las familias, y seguramente por ese motivo se le ocurrió recordar el interrogante: “si se debe transmitir o no, a la generación siguiente, el relato de los acontecimientos dolorosos que la han precedido”. La alusión a Philippe Julien produjo otra evocación en la que están involucrados los niños pero en la que habrá que diferenciarse de lo que sostiene si uno lo toma con relación a la infancia. En ese otro texto Julien interroga (El manto de Noé. Ensayo sobre la paternidad, citado por Jean Michel Rabete, en Lacan literario) “¿qué hay mejor en el mundo para un hijo que el amor de la madre?”; y al agregar que su saber provenía de la gestación y de la lactancia afirma que “Tiene un saber que ningún hombre, ni siquiera el mejor del mundo, podría verdaderamente reemplazar o imaginar. Es por ello que si el padre es eminentemente intercambiable en su papel de educador, la madre, por el contrario, no lo es y no puede ser reemplazada por el padre”. Ni la versión buena de la madre de Melanie Klein o Winnicott, habían llegado a tanto. Evocando la infancia, la bondad y el amor de la madre, tenemos el relato de Françoise Dolto sobre la de ella, cuando ante la muerte de su hermana la madre le hizo saber que eso había sucedido porque ella no había rezado lo suficiente. 
Durante varios capítulos encontramos el precursor de Miguel si aceptamos la idea de que cada escritor crea sus precursores, y tenemos en cuenta las alusiones a Jorge Fukelman, además de la explícita referencia a las conversaciones que mantuvieron con él Miguel y Paula que tomó la forma de libro. En el capítulo final, con un tema que muestra la coherencia argumental presente en todo el libro, al trabajar sobre la voz, aún dejando las reservas del caso - al igual que René Girard- sobre el tema del asesinato primordial dado que no había ley, Miguel comenta Totem y tabú, para hablar de la filiación que no se reduce a una mera transmisión de la palabra (donde se diferencia la filiación de la melancolía). 
Para finalizar quisiera destacar de este libro que a pesar de las múltiples referencias y temas trabajados en su desarrollo, lo que encontré en el autor me llevó a otra evocación, la de un crítico de Freud como fue Wittgenstein, cuando ante la pregunta si encontraba erudición en Freud, las contundentes palabras con las que respondió fueron: erudición no, inteligencia sí.

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