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La muerte como cifra del deseo
Una lectura psicoanalitica del suicidio
de Mirta Pipkin

Comentario de Elida Fernández

El primer resultado reconfortante de la lectura del libro es que uno puede decir sin temor a equivocarse que es un libro “hecho en Argentina”, es decir, habla de lo nuestro, de nuestros suicidios, de nuestras tragedias, de nuestros horrores , utilizando vastos  recursos   para abordar el tema.

Esto tiene un encanto especial en nuestra comunidad psi, tan fascinada por citar a  los analistas de la escuela preferida allende los mares, donde paradójicamente conocen más a Pichon Riviere o a Bleger que nosotros mismos.

Mirta Pipkin se mete con Lugones, con Borges, con los desaparecidos durante el Proceso Militar , con los  sobrevivientes de Cromagnon. Nos trae a Juarroz,  a Juan José Saer, a Marechal.

Otra virtud del libro es que se nota  en su autora, no sólo las múltiples lecturas, sino su entrañable amor por la literatura a la que apela en este tema tan arduo, tan de borde del abismo donde se terminan las palabras, al borde de  lo siniestro, lo inexorable. Sólo de la mano de los  escritores puede uno asomarse a ese abismo  donde el ser humano decide o es impulsado a quitarse la vida.

Estando en Grecia donde los guías hablan de Edipo como si no fuera el personaje de un mito sino alguien que existió, le pregunto a la guía por qué la esfinge , al adivinar Edipo su acertijo, ella se suicida : la guía me contesta muy decidida  : “estaba escrito en su Destino.” ¿Qué o quien  puede escribir en el Destino de alguien ese final trágico?

¿Se puede  torcer el Destino? o como lo pregunta Pipkin: ¿Es posible desviar un Destino  Trágico?

Leemos en el libro:

“¿Qué es lo que empuja a que la muerte sea la cifra del deseo actual?¿Será la urgente necesidad de un sujeto cada vez más excluido , aplastado por el Ideal , tomado por la pulsión – y no en el amor sino en la mortificación – la que encuentra en esa salida en lo real  el único recurso eficaz?

¿Y cual es el limite de la responsabilidad del analista, a la hora de promover una reescritura que logre desviar esa  insistencia de lo  pulsional  que puede terminar en tragedia?

¿Cómo leer esa cifra de muerte que no sea una lectura en el sentido del sentido, ya que se trata de la verdad del goce?"

Estas son algunas de las preguntas con que Mirta Pipkin se propone este recorrido  intenso  donde no va a  sacar conclusiones apresuradas sino que va a  hacer un verdadero recorrido, un ensayo por la filosofía, la literatura, las tragedias sociales  donde une su apuesta al trabajo del análisis, a la lectura de aquellos que por fuera del psicoanálisis nos hacen acceder a los bordes de lo real, sin dejar de ir y venir con su lanzadera tejiendo esta trama que nos  hace asomar a la tragedia , al pecado del padre  y su herencia, a lo mortífero y sus múltiples trampas.

Nos encontrarnos con una apuesta fuerte  a la ética analítica y a la ética del psicoanalista, que como ella dice, su único mandamiento  en relación a la insistencia de lo real pulsional, es el deseo de no ceder en el deseo, al goce.

Todo buen  recorrido  tiene un anudamiento, y el que leo en este texto es la ética del analista en relación al encuentro con lo real: “Por eso, una ética que se diga analítica va en la dirección opuesta al deseo de reconocimiento: le interesa el reconocimiento del deseo”.

El último subtitulo del libro es: “Psicoanálisis, una mirada comprometida con el horror”  y allí  otra vez nos reencontramos con la pregunta inicial: ¿Es posible que la experiencia analítica pueda desviar un destino trágico, ese destino  trazado por el padre, aquel que transmite su pecado? Su respuesta es: “Entonces, si la experiencia analítica en los límites opera como soporte, como lo que, por su materialidad, se convierte en condición de posibilidad, es sólo en tanto logra anudar la muerte a la vida  y al cuerpo, para mantener al hombre en el único mundo  humano: el del deseo.” Si y sólo si, condición básica de posibilidad que radica en ese anudamiento. Apostar al deseo, a una ética que no retrocede ante lo trágico, a un analista que alumbre  el reconocimiento del deseo y no busque el deseo de reconocimiento.

No son sólo  formulaciones de buenos deseos ni  propuestas esperanzadoras: la  autora  lo dice desde su quehacer, del cual este libro, al que doy mi calurosa bienvenida, es un intento de testimoniar, de bordar teorías, hipótesis , conclusiones , condiciones en una posición ética desde la cual Mirta Pipkin piensa y trabaja.

Y así, pensando en este libro, en estos temas, vino a mi encuentro un poema de Dulce Chacon que se titula: Suicidio ,o morir de error

“Antes de estrellarse contra el suelo, la miró
con asombro. Saltaremos juntos –le había
asegurado la bella bellísima- Una. Dos. Y
Tres. Y él se precipitó. Y la bella  bellísima
le soltó la mano. Y desde lo alto, asomada
bellísima en azul, le juró que le amaría
hasta la muerte”.

Buenos Aires, agosto 2009

Comentario de Blanca Aragón Muñoz

Se trata de un texto que con el eje común del suicidio, va a ofrecer, al modo de un caleidoscopio, un recorrido amplio por distintos conceptos psicoanalíticos como la angustia, el goce, el Otro, el duelo y, diría que muy especialmente, el objeto a. Todo ello con una buena cantidad de referencias que invitan a conectar con otros autores y temas.

La autora hace la distinción entre el suicidio como acto, donde dice, “el sujeto se desliga de la pregunta por el deseo del Otro”, y el suicidio como acting y/o pasaje al acto, donde “el Otro acosador exige sacrificios en lo real del cuerpo”.

 

Hay un desafío, un guante lanzado al rostro en la primera línea del prólogo “¿Es posible para el psicoanálisis desviar un destino trágico?” Otro modo de plantear esta cuestión que sirve de título también al capítulo final, cerrando el ciclo, sería si podría haber para ciertos sujetos una posición de distanciamiento del Otro que no fuese el suicidio.

 

El capítulo que en mi opinión (la de una española sin vivencias ligadas a la historia contemporánea argentina), posee una originalidad muy interesante es el dedicado a Pirí Lugones.

Pirí Lugones fue una de los noventa y tres periodistas desaparecidos en febrero de 1978. Ligada al movimiento montonero con el rango de oficial, se cuenta que desoyó las advertencias sobre su detención en el momento que volviera a casa.

En el texto se plantea la pregunta acerca de si Pirí cae en una trampa como tantos otros detenidos-desaparecidos en ese período en la Argentina o si está presente, también, un factor propio en relación con el peso de los hombres muertos a su alrededor. Sus últimas pérdidas: el suicidio de uno de sus hijos y la desaparición de su pareja.

La autora efectúa una investigación minuciosa en las biografías que los distintos autores han escrito sobre Pirí y directamente conversando con personas que la conocieron cercanamente. Lo que le permite trazar para el lector el esbozo de un personaje de tragedia.

Tres frases nos impactan desde las páginas del libro:

“Soy Pirí Lugones, la nieta del escritor, la hija del torturador”, así se presentaba a sí misma.

“Leopoldo Lugones es uno solamente, en padre e hijo, y queda éste como guardián de mi obra”, del testamento de Leopoldo Lugones, abuelo de Pirí, considerado el poeta nacional argentino y cuya ideología se fue haciendo cada vez más fascista, apoyando el golpe de estado de Uriburu en 1930.

“Yo soy mi padre”, Polo Lugones, hijo de Leopoldo y padre de Pirí. Jefe de la policía federal, fue el introductor de la picana como instrumento de tortura. Es descrito como un sádico, un maltratador, capaz de las mayores crueldades.

Es en este marco de exaltación en el que se muestra a Pirí como un personaje fuera de lo común, fuera del universal, lanzada a la excentricidad, la excepción, la exclusión. Quienes la conocieron la describen como provocadora, fascinante, especial; teniendo que hacer cosas “bien Pirí”, originales, únicas en su clase, que se adjetivan con su apodo.

La autora nos recuerda una cita de Lacan en el Seminario 11: “El padre, el Nombre del Padre, sostiene la estructura del deseo con la ley, pero la herencia del padre, que nos designa Kierkegaard, es su pecado”. A través de esa cita, el texto nos muestra cómo algo va pasando de uno a otro en los tres Lugones. Allí donde parecen fallar los operadores, donde fracasaría el Nombre del Padre, quedan marcas de goce que no son cuestionadas. Pues, la palabra herencia lo evoca, no es obligatorio aceptar un legado. Una herencia puede ser rechazada. Ahí cobra sentido la frase de Lacan “pasar del padre a condición de servirse de él”.

 

En una nueva vuelta del texto, aparecen relacionadas la figura de Pirí y el personaje de Antígona, que es llamada en la tragedia “e pais”, la pequeña, y de quien dice el coro que es “omos”, tan “omos”como su padre. En el caso de Pirí habría que añadir“omos”, es decir inflexible, implacable, como su padre y su abuelo. Pues aunque ambos se quitaron la vida, es la forma en la que viven la que parece ligada a la herencia Lugones.

Siguiendo con la lectura, el nombre de Pirí proviene de un malentendido. Parece que su padre la llamaba “la pibita”y su abuelo, un hombre de letras, entendió “la pirita” .Se pregunta la autora “¿Podría haber evitado el extravío del goce quien debía su apodo a estos dos hombres?”

Si el Otro es el que nombra, es Pirí quien se identifica con su apodo, hasta arder en él. Su nombre oficial era Susana y por el que se la conocía en la clandestinidad, Rosita.

Este asunto de los nombres propios nos lleva a la polémica entre Russell y Gardiner, que Lacan comenta en el seminario de la Identificación. Éste, se intuye, simpatiza con la posición de Russell, aunque con matizaciones. Dice Lacan: “El nombre propio es lo particular en el sentido de ser irreemplazable. Es decir, que podría faltar. El nombre propio está hecho para llenar los agujeros, para darles su obturación, una falsa apariencia de sutura.”

Como si Pirí hubiera redoblado su parentesco con esos dos hombres asumiendo su apodo, que como nombre propio funciona como letra, en su función de rasgo unario. Es en esa característica de significante puro por lo que tiene máxima significancia.

 

Frente al enaltecimiento de Pirí, que sigue adelante en las circunstancias más atroces:”¿pero ustedes qué saben de tortura? Torturador era mi viejo” la oyeron gritar a sus verdugos. Frente a ese enaltecimiento, a esta posición encastillada de heroína frente a la Historia, “omos”como dice el coro de Antígona, no es muy probable que hubiera aparecido algo capaz de oponérsele, de reducirla a la condición de simple mortal.

Se requeriría una fractura en ese Otro tan consistente para que en esa vacilación apareciera la posibilidad de ese “pasar del padre a condición de servirse de él”.

Este tipo de personajes, ejemplificados por Pirí Lugones, constituyen un límite a lo que el psicoanálisis puede hacer. Tendrían que abandonar el territorio de lo mítico, de lo heroico, de la leyenda para siquiera concebir la posibilidad de un análisis.

Así pues, ante la pregunta de la autora acerca de si el psicoanálisis podría desviar un destino trágico, una respuesta posible sería: “Sólo si los dioses están a favor”.

Madrid, julio de 2009

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